Veréis de qué forma acabaron durmiendo mis padres en casa...
Organizamos el fin de semana atendiendo a la disponibilidad de una presunta amiga. Tras un largo período de aplazamientos accedía a compartir su bagaje acumulado en anteriores oposiciones, una vez lograda la plaza.
Ante la necesidad de utilizar el coche para tal menester, y también por mi intempestivo arbitraje del domingo, se acordó una comida en familia.
Un mensaje recibido el viernes por la tarde hacía presagiar una revolución interna: Al valor de la amistad se le había puesto precio, ya que el favor se hacía por ciento cincuenta euros.
No tardó en avisarle para que no contara con verse al día siguiente.
Ya el sábado, con la tarde libre por el improvisado cambio de planes, disfrutamos de un intermedio al ambiente familiar, con baloncesto y compras en un centro comercial, que daría paso al segundo acto previo al desencadenamiento de un inesperado desenlace.
Olvidar la llave del coche en casa de mis padres fue el presagio de lo que seguidamente iba a acontecer. Tras desandar el camino y volver sobre mis pasos me puse en marcha hasta Vicálvaro donde lo dejaría aparcado.
Nunca creí que la decisión de no llevarme la llave y dejársela a Marimar complicase tanto mi noche. Cuando llegué a casa y me dispuse a abrir la puerta maldije mi mala cabeza porque lo que estaba buscando se encontraba donde dejé mi corazón.
Aunque podía haberme quedado en vela toda la noche, al día siguiente tenía que arbitrar y necesitaba pasar por casa para cambiarme de ropa. Como no tenía la llave del coche, volver a Vicálvaro tampoco era una buena opción... así que para salir del apuro sólo me quedaba llamar a mis padres. La cuestión es que eran las dos de la mañana...