miércoles, 2 de septiembre de 2015

MERCEDES

Pueda parecer curioso que viniendo de un taxista y con ese título no se hable de coches… Este relato tratará de la grata experiencia acaecida, previo al almuerzo, que comienzo con una pregunta: ¿cuándo en la mañana he comenzado a salirme del camino para hallar el mío propio? La reflexión daría para un capítulo aparte pero, quizá con la Paz, encontré el tiempo indispensable en el lugar donde la calma consigue apropiarse de la agitación con la que cada persona viaja.

Era inevitable aguardar para que sucediera, no directamente eso sí, porque tras el consiguiente regreso a la capital y un cierto callejeo accesorio, aguardaba alguien a quien las circunstancias impedían un raudo desplazamiento.

Lo cierto es que ni estaba de servicio ni me importaba no estarlo, abierto a desarrollar mi labor… y muy bien que resultó el desenlace.

Nada más verla, en el lugar tan aislado que la encontré, le dije que un ángel me había mandado a su puerta y este primer comentario me mostró que se hallaba receptiva al diálogo: teníamos que encontrarnos.

A mitad de recorrido hice alusión a que quizá se fuera a enfadar por enterarse, siempre llegado al destino para no anticipar acontecimientos que delatasen mi decisión de no cobrar la carrera, por encontrarse el taxímetro apagado; aunque finalmente no fue así debido a la gran similitud de pensamiento y la satisfacción mutua por haber compartido una causalidad que podría darse el caso de volver a suceder si al darle mi tarjeta consiguieran alinearse los planetas con ese propósito.