La corriente nos arrastra hacia el mar de emociones en que estamos inmersos.
Al enfrentarnos a situaciones de exigencia sufrimos un desgaste que hace brotar en nuestro interior sensaciones negativas y, lamentablemente en muchas ocasiones, son nuestros seres más queridos quienes las soportan.
Es éste el punto de partida de mi relato... Tras un día en que me abandonan las fuerzas de tanto nadar y siento que me ahogo, me doy cuenta al siguiente: tengo que dejar de nadar contracorriente.
Aguardar la espera de mi último servicio del día no me llevó mucho tiempo. Al momento llegó una pareja de enamorados que amablemente me saludaron y se dispusieron a entrar en el coche.
Nada más comenzar se presentó un problema y busqué ayuda con una llamada para resolverlo; sin éxito. Más bien parecía que los problemas iban aumentando a medida que transcurría la conversación
Opté por tomar la opción que menos hiciera perder a las partes afectadas y, tras apearse Don Bernardo del coche rumbo al estadio de sus amores, me dejé llevar de la mano de una conversación agradable y una grata compañía.
Ella irradiaba enorme paz y sabiduría, adquiridas en un arduo trayecto vital que rondaba los setenta años y que le había abatido en el pasado al cargar en su mochila con problemas de los que la gente de su alrededor le hacía partícipe.
Ahora todo eso quedaba muy lejos... con la consciencia de que a quien es prioritario cuidar es a uno mismo, si quieres aportar el máximo a los demás.
Un hijo suyo se encuentra instalado permanentemente en sus pensamientos; a quien, según sus propias palabras, no le cabe un lexatin más en el cuerpo. Su ansiedad le provoca perder el control de las situaciones y explotar en gritos ante las personas más cercanas como consecuencia del ritmo frenético al que nos vemos avocados en esta sociedad. Me sentí identificado aunque en la vida ingiriese un solo tranquilizante.
La conversación nos llevo a la psicolingüística: una pasión en común. De su pluma había salido tanto una historia de ciencia ficción como una autobiografía dedicada a sus nietos desde la perspectiva de su niñez, inconclusa por no hallar las fuerzas necesarias del capítulo en que perdió a su madre.
Un placer ese tiempo compartido al que llegó su final, como ocurre con todo en la vida cuando llega el momento, absolutamente con todo; ya que, como bien dijo ese gran sabio que conoce Don Bernardo, todo lo que sucede es conveniente.