Pueda parecer curioso que
viniendo de un taxista y con ese título no se hable de coches… Este relato
tratará de la grata experiencia acaecida, previo al almuerzo, que comienzo con
una pregunta: ¿cuándo en la mañana he comenzado a salirme del camino para
hallar el mío propio? La reflexión daría para un capítulo aparte pero, quizá
con la Paz, encontré el tiempo indispensable en el lugar donde la calma consigue
apropiarse de la agitación con la que cada persona viaja.
Era inevitable aguardar para que
sucediera, no directamente eso sí, porque tras el consiguiente regreso a la
capital y un cierto callejeo accesorio, aguardaba alguien a quien las
circunstancias impedían un raudo desplazamiento.
Lo cierto es que ni estaba de
servicio ni me importaba no estarlo, abierto a desarrollar mi labor… y muy bien
que resultó el desenlace.
Nada más verla, en el lugar tan
aislado que la encontré, le dije que un ángel me había mandado a su puerta y
este primer comentario me mostró que se hallaba receptiva al diálogo: teníamos
que encontrarnos.